Editorial
Pasión de Escritores presentó la antología UNA MIRADA AL SUR 2012 en Buenos
Aires, el pasado mes de agosto. Los cincuenta y cinco autores participan por
invitación de la editorial. En
este Tomo I figura un solo escritor de Uruguay, José María del Rey Morató, con
el cuento El invierno que se viene
(páginas 2146-147).
El invierno que se viene
José María del Rey Morató
–Macachín morado, invierno frío; macachín amarillo, invierno
templado –repetía la abuela Elena todos los años en el mes de abril.
Su nieto Eduardo, mientras estuvo viviendo en el campo le
seguía la corriente: se fijaba en los macachines y a partir de ahí, observaba
cómo se manifestaba el invierno. En poco tiempo, comenzó a darse cuenta de
que los hechos confirmaban unas veces
sí, pero otras veces no la sentencia de la abuela. Otra cosa de la que tuvo que
enterarse fue de los comentarios de Tono Acuña, un paisano de Piedras de
Afilar: en una ocasión en que Eduardo le había comentado que el invierno iba a
ser frío y seco –según dijo la abuela, porque el macachín había venido morado–
Tono le preguntó:
–¿De dónde sacó ese disparate?
Así no más. Y él le contestó: que la abuela Elena sabía que
el macachín morado anunciaba que el invierno iba a ser seco y helador, y que si
era amarillo, el invierno sería húmedo y
benigno.
Después de escucharlo, Tono le dijo:
–Mire: dígale a su abuela que la cosa es así: “macachín
morado invierno templado y macachín amariyo invierno friyo”. ¡Ja, ja, ja! ¡A ver qué dice ahora!
Luego, él había ido y le contó a su abuela. Pero ella, sin
molestarse por la burla tan directa, tan personal, tan carente de respeto la
tomó como una bobada, entre tantas, del
señor Acuña, y dijo, como si el aire hubiera estado esperando su comentario:
–Y ese Tono Acuña: ¿siempre sigue como siempre, tan boca
abierta… y tan mamado como su finado padre?
Desde que se había venido a la Capital, para estudiar
ingeniería hidráulica, Eduardo se fue dando cuenta de que, como estudiante universitario,
no quedaba bien andar repitiendo esos dichos, no tanto por lo que pensara la
gente de la Universidad, nombrada así, con todas sus letras, sino más bien por
la actitud de esa otra gente que levantaba el estandarte de la “universidad de
la calle” y presumía de sus conocimientos, adquiridos fuera de las aulas y del
alcance de la ilustración de los docentes. Esa gente –la de la universidad de
la calle– cultivaba la costumbre de hablar alto y hablar mucho, se sentía como
obligada a una lucha diaria con el saber establecido, superior, que emanaba de
los claustros universitarios, y en esa lucha, una actitud obligada era llamar la atención estentóreamente,
podría decirse.
Por eso tuvo que poner distancia entre aquellas viejas
sentencias que afloraban todos los días en las conversaciones de la gente. La
verdad es que ahora, tantos años más tarde, no recuerda, o nunca supo, cómo fue
que había terminado aquel contrapunto entre la abuela y el señor Acuña.
No obstante, cada vez que se descuidaba seguía escuchando, en
algún rincón de su cabeza seguía escuchando, el sonido de las palabras de la
abuela.
–Cuando yo era chica salíamos al campo y recogíamos
macachines morados. Yo arrancaba una flor y mordía el tallito largo y finito:
tenía un gusto medio ácido, así más o menos como si chuparas un limoncito.
Una tarde de finales del invierno, Eduardo pasó por el
apartamento de una estudiante de arquitectura: habían quedado en ir a ver una
película en 3D. Le llamó la atención la ropa de la muchacha: le pareció liviana
para la época.
–¿Con ese saquito de lana? ¿Y si llueve? Llevate una campera.
–Frío no voy a pasar: abajo tengo otro buzo. Además no va a
llover. En Semana Santa, cuando estuve en el campo, estaba lleno de macachines
morados. ¿Nunca oíste decir: «macachín morado invierno frío»? Invierno frío,
llueve poco, ¿ta?
Después de ver la película, se tomaron un
refresco nuevo, que tenía un gustito parecido al de un limón.
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