29 de setembro de 2012

El invierno que se viene




Editorial Pasión de Escritores presentó la antología UNA MIRADA AL SUR 2012 en Buenos Aires, el pasado mes de agosto. Los cincuenta y cinco autores participan por invitación de la editorial. En este Tomo I figura un solo escritor de Uruguay, José María del Rey Morató, con el cuento El invierno que se viene  (páginas 2146-147).


El invierno que se viene

José María del Rey Morató

–Macachín morado, invierno frío; macachín amarillo, invierno templado –repetía la abuela Elena todos los años en el mes de abril.

Su nieto Eduardo, mientras estuvo viviendo en el campo le seguía la corriente: se fijaba en los macachines y a partir de ahí, observaba cómo se manifestaba el invierno. En poco tiempo, comenzó a darse cuenta de que   los hechos confirmaban unas veces sí, pero otras veces no la sentencia de la abuela. Otra cosa de la que tuvo que enterarse fue de los comentarios de Tono Acuña, un paisano de Piedras de Afilar: en una ocasión en que Eduardo le había comentado que el invierno iba a ser frío y seco –según dijo la abuela, porque el macachín había venido morado– Tono le preguntó:

–¿De dónde sacó ese disparate?

Así no más. Y él le contestó: que la abuela Elena sabía que el macachín morado anunciaba que el invierno iba a ser seco y helador, y que si era amarillo, el invierno sería  húmedo y benigno.

Después de escucharlo, Tono le dijo:

–Mire: dígale a su abuela que la cosa es así: “macachín morado invierno templado y macachín amariyo invierno friyo”.  ¡Ja, ja, ja! ¡A ver qué dice ahora!

Luego, él había ido y le contó a su abuela. Pero ella, sin molestarse por la burla tan directa, tan personal, tan carente de respeto la tomó como una bobada, entre tantas,  del señor Acuña, y dijo, como si el aire hubiera estado esperando su comentario:

–Y ese Tono Acuña: ¿siempre sigue como siempre, tan boca abierta… y tan mamado como su finado padre?

Desde que se había venido a la Capital, para estudiar ingeniería hidráulica, Eduardo se fue dando cuenta de que, como estudiante universitario, no quedaba bien andar repitiendo esos dichos, no tanto por lo que pensara la gente de la Universidad, nombrada así, con todas sus letras, sino más bien por la actitud de esa otra gente que levantaba el estandarte de la “universidad de la calle” y presumía de sus conocimientos, adquiridos fuera de las aulas y del alcance de la ilustración de los docentes. Esa gente –la de la universidad de la calle– cultivaba la costumbre de hablar alto y hablar mucho, se sentía como obligada a una lucha diaria con el saber establecido, superior, que emanaba de los claustros universitarios, y en esa lucha, una actitud obligada  era llamar la atención estentóreamente, podría decirse.
Por eso tuvo que poner distancia entre aquellas viejas sentencias que afloraban todos los días en las conversaciones de la gente. La verdad es que ahora, tantos años más tarde, no recuerda, o nunca supo, cómo fue que había terminado aquel contrapunto entre la abuela y el señor Acuña.

No obstante, cada vez que se descuidaba seguía escuchando, en algún rincón de su cabeza seguía escuchando, el sonido de las palabras de la abuela.

–Cuando yo era chica salíamos al campo y recogíamos macachines morados. Yo arrancaba una flor y mordía el tallito largo y finito: tenía un gusto medio ácido, así más o menos como si chuparas un limoncito.

Una tarde de finales del invierno, Eduardo pasó por el apartamento de una estudiante de arquitectura: habían quedado en ir a ver una película en 3D. Le llamó la atención la ropa de la muchacha: le pareció liviana para la época.

–¿Con ese saquito de lana? ¿Y si llueve? Llevate una campera.

–Frío no voy a pasar: abajo tengo otro buzo. Además no va a llover. En Semana Santa, cuando estuve en el campo, estaba lleno de macachines morados. ¿Nunca oíste decir: «macachín morado invierno frío»? Invierno frío, llueve poco, ¿ta?

Después de ver la película, se tomaron un refresco nuevo, que tenía un gustito parecido al de un limón.

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José María del Rey Morató

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